lunes, 7 de marzo de 2011

Raíces...

Está en su habitación. La ventana está cerrada pero entra la luz. Su cabeza garabatea estupideces, quejas, discursos variables según el público, lágrimas de sangre, ideas... al fin y al cabo, ideas.
Sus dedos finos se esfuerzan por encontrar la combinación para la caja fuerte, para dejar salir todo ese arsenal de materia que se esconde dentro, pero que no es materia ni tesoro para ser guardado en una caja fuerte.
Sus ojos se pierden buscando encontrar su visión, la suya propia, la que le hace conocer el mundo. Conocerlo, no atisbarlo.
Su cuerpo se siente frágil. Los pañuelos están ahí, no son de mentira. Como si toda ella se hubiese puesto de acuerdo para no estar ordenada, ni desordenada, simplemente para de alguna forma, no estar.
Piensa en las palabras que escupe la gente sin pensar hasta dónde alcanzan sus definiciones y sobretodo sin pensar que cuando algo se dice, se hace. Si crees, actúa. Si defiendes de boca, muévete de hecho. Pero no, no piensan.
Piensa en unas alas, en una tormenta, en una valla, en un pozo en mitad del camino de donde ella debe sacar agua. Y se da cuenta de que no tiene demasiada sed, comienza a sentirla, pero aún está llena de las promesas de aire que la vendieron un poco más atrás.
Piensa en cómo quiere ser ella, en cómo es. Piensa en muchos de quiénes la rodean. Y sin quererlo, una mezcla de rabia y dolor le acude al paso, haciéndole notar su sabor agrio en la boca.

Ella, es ella. Está en la habitación. Entra luz. Pero debe luchar más para volver a irradiar la suya propia con la fuerza que le es propia también.

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