domingo, 30 de septiembre de 2012

Change.

Me pierdo,
para no encontrarte,
te pierdes,
para no encontrar nada.

Y así, entre polvos
que no son de hadas,
el futuro se estanca,
y se descubren rotos.

Tengo miedo del miedo,
del tuyo,
¿serás capaz de alzar
los párpados ciegos,
hasta alcanzar, por fin,
la libertad que es anhelo?

Mi espada es para ti,
tómala, pero has de ser capaz
de fabricar un nuevo escudo
tan fuerte que sustituya
a una estrella fugaz.

El cielo es grandioso,
míralo y acuérdate:
todos tenemos posibilidad
de caer alguna vez,
pero también el deber
de levantar y saber
que cada día es
una nueva oportunidad.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Habitación blanca.


A solas la vida es cara,
cuesta un corazón y medio,
y el de repuesto siempre con taras
con escudos frágiles ante el asedio.

Sed de cambio, caminos torcidos,
los ojos sin color, muertos de frío,
la mirada perdida entre tanto árbol caído,
los pies no andan, se arrastran…

Hay hielo tras tus pisadas,
las mantas que no quisiste te miran ahora,
ajadas, rotas, se retuercen las sogas,
el reloj está en marcha, las agujas son claras.

Cansadas las ventanas de albergar paisajes
que no veías,
se consumía el calor de esa habitación vacía
que sólo tenía escondites para nadie.

Y ahora a tiempo,
rellenas los huecos, aunque es lento;
Y avanzamos en lágrimas como armarios,
que albergan breviarios,
de momentos que no han de vivirse.

Corramos juntos,
dame la mano, quizá sea al principio triste;
pero ahora corre el aire en tu habitación blanca,
y los colores están en los botes
que yo siempre guardé, en un trastero,
del edificio de la esperanza.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Ella, tan grande.

Fue volviéndose cada vez más perfeccionista. Al principio publicaba todo lo que se le pasaba por la cabeza, pero después escogía, medía, confeccionaba y daba vida a sus textos. Una madre, eso es, era una madre. Además, una madre protectora. Se sentaba, y entonces sus textos quedaban resguardados para siempre en su corazón. No les dejaba marchar, ya eran suyos.
Como decía, fue evolucionando conforme el tiempo pasaba. De simples ideas espontáneas, surgieron las historias, los personajes, la pulcritud, el reflejo de toda una vida de lectura. También ella misma era un libro, un libro con millones de hojas en blanco por rellenar.
Llegó a ser tan perfeccionista que al final acabó suspirando poesía, y aspirando prosa.
Una madre, un libro... palabras.
Todavía está viva, por supuesto, incluso está acompañándome ahora mismo.
La Escritura no morirá nunca, pero -dice- para eso nos necesita a nosotros.