lunes, 31 de enero de 2011

Caramelo.

Me encanta que la vida sea un cuento, que las casas sean de caramelo de color ladrillo, que las nubes se alcancen y tengan sabor a la gominola que lleva su nombre.
Me encanta que las hojas sean blancas, y que eso sea un aliciente para guardar siempre en el estuche rotuladores de colores.
Me encanta pasarme horas en mi habitación mirando las paredes y dibujando en ellas mentalmente sus labios, perfilándolos con una imaginación que sé que es del todo imperfecta. Nunca nada será como ellos.
Me encanta tener un mundo propio al que recurrir cuando algo es demasiado aburrido, y volar sobre una escoba, con el pelo suelto amarrada a él, y con su olor acariciándome la nariz de bruja.
Me encanta ser a veces la mayor oposición a lo realista, y que me digan que aún soy una niña demasiado fantasiosa.
Me encanta hablar y pintar en cada palabra una tonalidad rosa, mía.

Y puede que otros días no me guste en absoluto nada de lo que he dicho, pero hoy es uno de esos en los que, sin duda alguna, me he dado cuenta de que realmente nada puede ser más perfecto.


domingo, 30 de enero de 2011

C'est moi.

Y así, sin más (ni mucho menos, menos) abro otra parte de mí, ¿muy pequeña? No, sólo algo pequeña para todos e inmensamente grande para algunos. Atrás dejo una etapa de mi vida llena de azules y negros, de noches en vela, de sueños tranquilos, de inocencia subestimada, pero sobretodo de rosa que, tras su llegada, se convirtió y se ha convertido en Rosa. Guardo el recuerdo de la primera luna que nos saludó a través de la noche, de los nervios de mi piel convirtiéndose en gallina por su boca. De los abrazos, de los besos sin besos, de los miedos por el miedo, de los huracanes de pasión que se hacían agua, que se hacían miel y se derretían lentamente, dentro de los dos, para que supiéramos dulce. De la primera vez que toqué el algodón de las nubes con sus pasaportes (finos, suaves, míos) que saben llevarme al lugar donde soy yo misma. De las incógnitas, de la lejanía, del no sentir cerca, del temor a tener por poder perder, del terror de dejarme ver, de dejarme ser... Y, por fin, aquí, conmigo, otra vez, como nunca, como siempre, los dos, uno. Y de eso guardo recuerdos, claro, pero mi alma está tan viva y tan presente que me aconseja que no los diga, simplemente que siga escribiendo, porque él le ha dicho que jamás la dejará sola, y entonces ella, sonriendo por mirar atrás, me pega un chasquido y me hace sonreír aún más por todo lo que hay por delante. Y ahora no hay miedo, no. Albergo la certeza de que muchas más lunas, y muchas más mieles, harán de cama en nuestros sueños compartidos.

Y lo demás... Lo demás está en su sitio. El Rosa y el rojo (muy Rojo) sientan bien, lo sé con seguridad. Al igual que León está muy cerca, pegando con San Pablo, para hacerme reír. Y las noches... las noches son muy largas y temáticas para compartir con risas varias.
La nostalgia a veces viene, en forma de nombre propio, pero yo le digo que es mejor que nos dediquemos a jugar a las cartas, y así ambas nos damos cuenta del devenir de aquella supuesta virgen más puta que ninguna, y la echamos a suertes porque sabemos que ya ha perdido.

En fin, como decía, sin más (ni mucho menos, menos) así empieza esto... Así continuo, mejor dicho, volando, como el diente de león que me trajo su aliento (el de él) a mi vida para hacerme respirar.