jueves, 30 de julio de 2015

Matemática y pájaros: la historia de un humano-piedra.

Cuando la inspiración llega, ¿qué importa el lugar? Sumar, restar... La matemática nunca ha sabido sentir, como algunas personas. Confían en que pueden ajustarlo todo con el mínimo margen de error, pero... La certeza no existe.

¿Podemos conocer-nos? Somos misterio elevado a n, n sueños, n vidas... n elevado a n.

Puede que la matemática sí sienta, después de todo es, de alguna manera, humana. Muchos la definen como "belleza formal"; la fórmula, la exactitud, el éxtasis epistemológico. Y sin embargo, el error también la persigue. Puede que no tropiece con piedras, pero sí contra sí misma. Y una vez más: como nosotros.


Cada vez que nos miramos al espejo tropezamos una y otra vez contra nosotros mismos. ¿Será eso a lo que se refería el dicho de tropezar siempre con la misma piedra? A veces nosotros somos tan pesados, cortantes y grises como una roca. Incluso nos gusta, también, que el mar golpee sobre nuestro cuerpo, erosionándonos las tristezas, puliéndonos como la vida misma.

Pero no, yo prefiero pensar que somos los pájaros que vuelan  sobre el agua, y -qué curioso, de nuevo- se reflejan en ella. ¿Se creerán los pájaros que son peces alguna vez, al ver su reflejo en el agua, tal y como nosotros nos creemos con alas? Ah, el eterno deseo de obtener lo que no se tiene.


Algún día le preguntaré a un pez si desea volar.

Nosotros, los humanos, vamos imitándolo todo: alas, aletas, pezuñas... Y no nos damos cuenta de que ya somos animales. Una vez más, matemática: dos piernas + dos brazos = corazón ansioso por otras dos alas, y otras dos aletas.


Conquistar el mundo. Hacerlo nuestro.
Qué pesados somos
-y otra vez-,
como las rocas.



sábado, 4 de julio de 2015

Vivencias.

Hace tiempo escribía cada suceso de mi vida. Todas mis vivencias, mis experiencias personales, quedaban expuestas en mis letras. Sin embargo, llegó un momento en el que comencé a considerar elegir sobre qué escribir -sobre qué exponer, en realidad-. Me di cuenta de que toda yo se plasmaba con demasiada frecuencia en mis escritos, que cualquiera podía verme si me leía; y como la escritura es un reflejo de la vida, me cerré igual que lo hice en ésta. 
Desengaños, decepciones, pérdidas... El sufrimiento, al fin y al cabo, me hizo recluirme en mí misma. Y a partir de ahí comencé a escribir menos, y a escribirme más. Comencé a esconderme, a guardar mi corazón creyendo protegerlo, a no mostrarme, ni a mí ni a mi dolor, ni a mí ni a mi experiencia. 
Y así he llegado hasta aquí. Mi muro tiene demasiados kilómetros a lo largo y a lo ancho, y a veces ni siquiera yo puedo ya ver dónde me encuentro. ¿Sabéis esta sensación de estar perdida y de saber que, inevitablemente, la salida aún está muy lejos? O quizá esté en frente de mí, pero no puedo verla.
Es extraño que ahora vuelva a escribir sin refugiarme en metáforas ni oscurantismos. Es extraño notar que a medida que escribo, estoy de nuevo leyéndome, atreviéndome a observar quién soy, dónde estoy. No es difícil comprender que me es difícil. En el castillo que me he construido no cabe casi nadie, y sin embargo, aquí estoy, dejando que entren a mirar mi hogar. Y algo en el alma tiembla. Qué curioso el miedo, recordándonos siempre el pasado, haciéndonos creer que el futuro sólo será de nuevo un dolor ya vivido. 
Claro que tengo miedo... Miedo a las personas. La soledad es segura. Mi castillo es seguro -porque apenas hay nadie-. 
Algunos dicen de mí que soy una guerrera. Jamás ceso de luchar. Pero por un breve instante me he dado cuenta de que a lo mejor no tener que luchar también estaría bien. Poder salir a campo abierto, abandonar los muros y sencillamente vivir. 
Por suerte, a pesar de cada desengaño, a pesar de todas esas personas que me abandonaron en el camino, sigo teniendo en quien confiar. Pocos, muy pocos, pero lo suficientemente grandes como para seguir mirándome a los ojos y ser capaces de ver a Rosa. Son mi aire fresco, quienes me recuerdan que no debo esconderme, y que el mundo, probablemente, no merecería la pena sin espinas. Los pobres a veces se cortan por mi culpa. Pero con su sangre, unida a la mía, es con la que estoy escribiendo estas palabras; estoy abriendo una ventana.