domingo, 30 de noviembre de 2014

Locura y palabras.

Recuerdo que me enamoré de la Filosofía hace ya 8 años. Y recuerdo que entonces todos los autores me parecían -irresistiblemente- unos locos. Será que yo también soy una loca irremediable, más que irresistible. Pero a día de hoy sigue proporcionándome esa sensación de nerviosa pequeñez. Cada vez que estudio o leo un autor, vuelve a mí ese sentimiento de atrevimiento, de osadía, de superación. Cómo no va a ser vida la filosofía.
Y de cuando me enamoré de la Literatura, ni hablamos. Creo que nací así, perdidamente enamorada de ella. Siempre he escrito, desde que aprendí a hacerlo. Y ya leía antes de saber: me inventaba las historias conforme los dibujos de los libros. 
En fin, la historia de mi vida. Locura y palabras, supongo.


Tan sólo.

Menos mal que existen las flores.

Dijo una flor que en realidad era persona.

La chica que luchaba contra los atardeceres.

Quiero volar. Mis pies en el suelo. Mis plumas en el agua. Y mis alas, yo no sé.



Metáforas de gotas.

No hay metáfora mejor para la tristeza que la lluvia. Ni mejor lluvia para la tristeza que la metáfora.



sábado, 15 de noviembre de 2014

Mi invierno.

Me explotan las palabras dentro. Tengo tantas ganas de escribir como de escribir-te. Supongo que suelen ir unidas.
Me conformo con que cuando llueva fuera sigamos prefiriendo calarnos, tú y yo, por dentro, así, el uno del otro.
Y ahora, en mi invierno más duro, a pesar de estar lejos, sigues siendo mi estación, mi verano, mi mí(o).

Nada está claro ni cierto, mucho menos cierto. Y yo aquí, como una niña pequeña saliendo al mundo de los adultos. Inocente, expectante, diminuta. Qué enorme me parece todo. Los edificios se me caen encima. Las hojas se desprenden cuando paso; dicen que dónde está mi luz, y se alejan, se pierden, como yo, en las aceras. Los animales, más que las personas, me comprenden y se acercan. Qué haría yo sin mi perra. 

De mayor quiero tener mil pájaros (y de pequeña, porque quiero también seguir siendo pequeña) en la cabeza, y ninguna jaula. No, ninguna. 
Cuando llueve las gotas me acarician, se sienten atraídas por mi tormenta, la que llevo dentro desde que te has ido. Y cada día experimento rayos, y truenos, y resoplo, y me escondo. Me escondo para seguir luchando, porque aquí, en mi refugio, jamás dejaré de ser niña. Y afuera... Afuera, entre los adultos, hay demasiado daño, demasiado egoísmo, demasiado para mí. 
El otro día me di cuenta de que a pesar de todo estoy aprendiendo mucho más a hablar conmigo misma. No todo el mundo se atreve a hacerlo, porque la mayoría de las veces uno mismo es su peor enemigo o su mayor desconocido. Así que yo sí, me hablo, me descubro, cada día un poco más y un poco menos. Esa es la belleza de la vida: atrevernos a conocernos en el constante misterio. La vie est belle. 
Y sin embargo el otro dije me dije a mí misma que sólo abrimos los ojos a la belleza cuando somos capaces de mirar a alguien y vernos. Y eso es lo que me pasó contigo: te miré, y me vi.
Y ahora te has ido, y hay días que no me miro. Porque aunque me mire, sé que no me veo, no del todo.
En definitiva, afuera no sé si llueve, pero aquí dentro casi siempre.
De vez en cuando, si escribo, encuentro un paraguas, o recuerdo que es posible bailar bajo el chaparrón. De vez en cuando.
Comprendo que la vida es también un ciclo de estaciones, y yo ahora, en pleno invierno, me abrigo como puedo con tus recuerdos, con las fotos que miro cada noche antes de dormir, y con los sueños que aún nos quedan por cumplir.
Soy yo misma, al fin y al cabo, la que debe luchar contra el frío, la que debe vencer, con el fuego del corazón, el hielo del miedo.