domingo, 20 de marzo de 2016

Expresarse es un deber.

Las cosas deben decirse cuando se sienten, cuando se piensan cuando nacen del corazón y recorren cada vena para salir por las manos, los dedos de los pies, la boca.

Las cosas deben decirse cuando el otro está, cuando nosotros estamos ahí, aún -quién sabe por cuánto tiempo-.; cuando todavía no ha habido despedidas por parte de nadie.

Las cosas deben decirse, escribirse, expresarse; las palabras nos necesitan, y aún más nosotros a ellas. ¿Por qué entonces tanto silencio? Si ellas están ahí, ¿por qué no las dejamos salir? ¿Por qué silenciamos al corazón? Vuelven así las palabras mudas, emprenden su camino de vuelta cabizbajas, tristes, sin haber cumplido su cometido; y cuando llegan de nuevo al corazón éste las acoge junto a tantas otras más. Y así ocurre que, a veces, el corazón está tan lleno que se desborda; y todas las palabras brotan sin orden, confusas, perdidas, sin su sentido inicial. 
Y en otras ocasiones, las palabras consiguen salir. Pero ya es tarde, y no hay nadie que las oiga, lea... y las sienta; y mueren, como la esperanza, mientras afuera el cielo llueve para decirles adiós -o para recibirlas allá arriba, quién sabe-.
Por eso las cosas deben decirse, sólo así la palabra se expande, se extiende, alcanza otros corazones, se recicla, crece, aprende, vive. Qué casualidad: como nosotros.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Creciendo.

Supongo que las heridas me han hecho ser quien soy,
que las cicatrices han esculpido mi cuerpo
y mi alma,
en lo más profundo,
como una roca a la que el mar erosiona. 

Supongo que los golpes me han hecho más dura,

más fuerte,
y -quizá sí, por qué no decirlo, qué triste-
más fría;
como una roca a la que el mar erosiona.

Supongo que las tormentas me han hecho más previsora,

si es que hay algo en esta vida que se pueda prever,
ni siquiera -sobre todo- la lluvia que empapa,
los vendavales que me han hecho despedir tejados;
como una roca a la que el mar erosiona.

Supongo que el miedo me ha hecho más miedosa,

perdonen la redundancia,
pero es cierto que el miedo sólo genera miedo,
y yo más miedo, y así, ¿quién se salva?;
como una roca a la que el mar erosiona.

Supongo que los trozos en los que me he roto hacen de mí,

ahora, una imagen más fea, un poco más triste, 
cosida a base de remiendos,
a base de plumas de mis alas;
como una roca a la que el mar erosiona.

Supongo que, al final, la vida es eso: romperse y reconstruirse, porque a pesar de todo, aunque el espejo me devuelva una rosa con más espinas, yo sigo viendo sólo una flor. Y quizá el mundo sólo deja crecer las flores porque sabe que tarde o temprano se marchitan, y eso es lo que las hace tan bellas.


Como esa roca a la que el mar erosiona, y sólo así, a medida que ésta va desapareciendo, va formando parte de él, 

para siempre, 
sumergida, renacida, 
una nueva roca que ahora es también sal, 
en él.

-Qué orgullosas las rosas creyendo que sus espinas son espadas,

cuando su verdadera belleza reside en que no tienen armas.-