martes, 22 de febrero de 2011

Conciencia social.

Tanto tontaina de ciencia que no sabe darle la importancia a las letras.
Tanto defensor de letras que basa su conocimiento en un paralelismo con la ciencia.
Tanto "superdotado" que busca su razón en la comparación con otros más humildes y, en consecuencia (y en realidad), más inteligentes que él.
Tanto egoísta que se mueve por el trabajo de los demás con la cara de sinvergüenza que le es propia.
Tanto lame-culos que luego nunca se achaca mierda a sí mismo, sino sólo (por supuesto) a los que no le convienen.
Tanta persecución de la persona modelo que se refugia en una identidad falsa.
Tanta caridad como elefantes que vuelan.
Y yo debería no preocuparme, pero es que no puedo evitar decir, al menos, que hay que ser imbécil.


Y se es, se es...

Literatura...


Esto es oscuro y lo afirmo,
firmo demasiados escritos sin premio.
Y me da pereza vender alcohol a un país tonto y abstemio.
¿Y qué doy yo? ¿Qué sale de mí aparte de un atemporal ingenio?
Si sólo sé educarme en libros, en versos, en testamentos.
Shakespeare está muerto y su nombre quizá es emblema,
¿pero cuánto talento requiere esta empresa para hacer inmortal mi lengua?
Son negocios, euros, ventas.
Algún best-seller. A veinte con noventa,
puedes construir sin fuerza los pilares de la tierra.
Invento espacios, tiempos, vidas,
y moldeo un alma a la justa medida.
Pero a nadie le importa el texto de una simple escriba,
el lamento de un arte a la deriva.
Estoy en otro mundo, a veces pregunto si pertenezco a éste.
Pero demasiado a menudo incurro en el error con nudo de creerme dios,
o al menos alguien especial, diferente.


Miradme, estoy aquí, soy una rosa en vuestro jardín al que no regáis con frecuencia.
Tengo alguna que otra espina que derrama sangre como conciencia.
Pequeña niña que lee y escribe,
pobre de ella si no estudia Ciencia.

martes, 15 de febrero de 2011

Corre, corre, corre...

Llámalo como quieras. La sensación de estar en muchos sitios y en ninguno a la vez. El caminar por un laberinto que uno mismo ha ideado sin que se ocurra la brillante idea de buscar en el bolsillo del pantalón el plano. Jugar al parchís con todas las piezas sin distinguir ningún color y al mismo tiempo siendo el dado de mil colores. Ubicar la cabeza en el aire, flotar, y andar con pasos firmes, a la vez. Querer escribir y escribir, y no apetecer escribir, o sí, o no, depende. Corcheas, sol, la, si, do. Silencios. Do, re, mi, fa. Nadar sin agua. Toser el viento. Llenar el pañuelo de ideas rematadas, locas, efímeras. Coger el lapiz de labios para dejar el rouge sobre un espejo. Odiar rostros en fotos antiguas. No comprender, no conocer los ojos que salen en ellas. No hay reflejos, y menos mal. Suspiros de alivio. Suspiros de tener demasiado y nada... así, como este escrito, pero en la cabeza.
Y después llámame loca. Lo sé.

lunes, 14 de febrero de 2011

Siempre fuertes.


Experimentar la sensación de adorar el silencio, de querer mirar sin interrupciones, de que el reloj se olvide de marcar minutos y segundos, es maravilloso. Pero nada podría haber hecho si tu aliento no hubiese pactado con mis sentidos el amarte toda la vida, y notarte, siempre, en lo más profundo de mi alma. Aunque he de decir mejor notarnos, porque somos uno, y mucho más que dos... Y sólo tú sabes lo que significa eso.
Desde aquél momento mágico, perfecto, en el que amarrada a tu cuerpo contemplé Toledo y percibí su olor específico, como de agua y perfección, como de historia y actualidad, sentí la necesidad de escribir. Describir sus líneas horizontales sin más horizonte que la belleza, sus aguas bordeando el cuento que trazan sus iglesias, las notas musicales que suenan cuando no suena nada y sólo se oye la paz y la tranquilidad de las alturas, el vuelo de los pájaros que coloreaban todo ante mis ojos sosteniendo pinceles de fantasía sobre sus picos y salpicando la pintura, como la libertad, con sus alas. Y por un momento cerré los ojos y me dio igual estar en aquél paraje precioso, me dio igual que hiciera un sol espléndido, me dio igual todo, sólo sentí que abrazada a ti cualquier paisaje sería siempre perfecto; y que siempre tendría ganas de escribir. Tú lo llamas inspiración, yo, desde hace tiempo, le vengo poniendo tu nombre y tu imagen.
También de algo estoy segura, y es que Toledo es inolvidable. Ahora entiendo el amor tan loco de Don Quijote, y la presencia permanente de una Dulcinea (llámame loca a mí también) en la que me personifiqué. Pero esta vez, como siempre digo, con la diferencia más dulce que existe: esto es real.