lunes, 14 de febrero de 2011

Siempre fuertes.


Experimentar la sensación de adorar el silencio, de querer mirar sin interrupciones, de que el reloj se olvide de marcar minutos y segundos, es maravilloso. Pero nada podría haber hecho si tu aliento no hubiese pactado con mis sentidos el amarte toda la vida, y notarte, siempre, en lo más profundo de mi alma. Aunque he de decir mejor notarnos, porque somos uno, y mucho más que dos... Y sólo tú sabes lo que significa eso.
Desde aquél momento mágico, perfecto, en el que amarrada a tu cuerpo contemplé Toledo y percibí su olor específico, como de agua y perfección, como de historia y actualidad, sentí la necesidad de escribir. Describir sus líneas horizontales sin más horizonte que la belleza, sus aguas bordeando el cuento que trazan sus iglesias, las notas musicales que suenan cuando no suena nada y sólo se oye la paz y la tranquilidad de las alturas, el vuelo de los pájaros que coloreaban todo ante mis ojos sosteniendo pinceles de fantasía sobre sus picos y salpicando la pintura, como la libertad, con sus alas. Y por un momento cerré los ojos y me dio igual estar en aquél paraje precioso, me dio igual que hiciera un sol espléndido, me dio igual todo, sólo sentí que abrazada a ti cualquier paisaje sería siempre perfecto; y que siempre tendría ganas de escribir. Tú lo llamas inspiración, yo, desde hace tiempo, le vengo poniendo tu nombre y tu imagen.
También de algo estoy segura, y es que Toledo es inolvidable. Ahora entiendo el amor tan loco de Don Quijote, y la presencia permanente de una Dulcinea (llámame loca a mí también) en la que me personifiqué. Pero esta vez, como siempre digo, con la diferencia más dulce que existe: esto es real.

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