sábado, 15 de junio de 2013

Carta a Upe

Más que una carta, te mereces un libro entero. Pero no podía dejar escapar estos ratos en los que te echo de menos tanto que no paro de imaginar lo que sería si aún estuvieras aquí, tú, entera.
Ha sido un año difícil. Y sin estar aquí has sabido demostrarme la gran fortaleza que se ubica en el corazón de una familia unida. Y digo sin estar aquí, aunque en el fondo sí que has estado… Apareciste como un arco iris en una gran tormenta, tan en calma como siempre, serena, en paz, pero increíblemente fuerte. Y a los pies de la cama del desequilibrio, supiste hacer del apoyo familiar un pilar indestructible; nos dijiste, sin palabras, que no nos ibas a dejar caer. Y así fue.
Muchos me dirán que no es algo real. La muerte es el final, aseguran. ¿Y cómo explicarles yo la verdad que siento tan dentro? Saberte aquí, dándome aliento cada vez que creo que no voy a llegar a la meta, demasiado cansada para darme cuenta de todas las metas que ya he ido dejando atrás… ¿Cómo argumentar que sé que no te has ido y que, en el fondo, nunca te irás? Hubo quien me dijo que alguien sólo muere cuando desaparece del corazón de los suyos… Temo decirte entonces que tú serás inmortal.

Tampoco intento retenerte aquí. La vida es un ciclo que todos hemos de pasar, y conlleva un final. Sin embargo… ¿cómo dar final a un alma tan grandiosa como la tuya? Fuiste siempre un corazón abierto, dispuesto a dar hasta el último latido… E increíblemente, aún sigues ayudando a que los nuestros no pierdan la fe. Fe en la vida, en lo que hace que ésta sea un viaje inolvidable.
Sí… Me acuerdo tanto de ti. No puedo parar de pensar en tantas cosas… En el día siguiente de tu funeral, asistí a un concurso literario…  El tema trataba de las relaciones intergeneracionales, y escribí sobre ti. Estabas allí. Igual que cuando anunciaron que el primer premio era mío, y leí delante de todos lo que para mí fue la mejor despedida que podía darte. Me decías que jamás dejase de creer que los sueños pueden cumplirse, que todo esfuerzo tiene su recompensa.
Después, como decía, te instalaste en las cuatro paredes de lo que parecía un laberinto sin salida. Y nos mostraste el camino, en silencio, guiándonos con tu luz. Y nos enseñaste cómo, aunque la oscuridad parezca absoluta, siempre hay un resquicio para ver las estrellas y esperar a que salga de nuevo el sol.

Viniste y te fuiste casi volando como una paloma. Alzaste el vuelo dejando tras de ti la estela del camino a seguir… El trazo fino que deja un ángel al pasar por esta vida.
-Estoy ahí- nos decías. Pero sabías que ya podías irte, que habíamos aprendido que las huellas de la vida son imborrables, pero que siempre existe la oportunidad de crear unas nuevas, esta vez, mucho mejores.

Y hoy, aquí, a punto de acabar mis estudios, al menos la parte universitaria, me pregunto cómo sería poder llamarte y decirte que ya está, que he terminado, que he podido con todo. Y tú seguramente te reirías con esa risa tan tuya que aún resuena en mi cabeza, y no dirías mucho más, porque tú, como buen miembro de la familia, no eras de palabras.
Me pregunto cómo sería que pudieras venir aquí y ver cómo he crecido, cómo me he convertido en una mujer, y cómo no he olvidado el ejemplo que me diste. Que vieras que he aprendido bien que lo que importa es tener buen corazón, y reír, reír mucho… Como tú también reías.


No es una carta de despedida, sólo una carta. Porque como decía, sé que estás aquí, y a la vez no. Pero de igual manera, te quiero.