lunes, 25 de junio de 2012

Eres. Sólo tú.

Eres mi razón preferida.
Eres mi mejor razón, y el único capaz de hacer que la pierda.
Consigues romper las barreras de las ideas transformándolas en realidades.
Sólo tú haces que la mejor cama no se encuentre en un cuatro estrellas, sino bajo un cielo estrellado.
Moldeas mis miedos, sin quererlo los apaciguas y a la vez los haces cada vez más grandes, porque no sé qué haría sin ti, y ese es el mayor de todos.
Rompes mis esquemas, y creas otros nuevos, sólo tuyos, sólo tuya.
Eres el color de mi nombre.
Eres las páginas de mi libro, la tinta de mis venas, el bolígrafo de mis dedos.
Todo eso que imaginaba: pues mucho más, y mucho menos, y así me llevas, bailando loca por los días del calendario. Pidiéndole al tiempo que nos dé precisamente eso para consumirlo juntos hasta el último tic-tac de nuestros latidos. Pidiéndole a Dios que, si me escucha, cuando mi corazón deje de latir, siga mi alma enlazada a la tuya por encima de nuestros cuerpos.
No es literatura, ni metáforas, son deseos reales. Estás por encima de mis expectativas, por encima de mis razones, por encima de mí, de mis dificultades. Y es que soy un conjunto de enredos, y como tú bien me has definido, una katiuska interminable, y sólo tú, una vez más, sabes cómo se sacan las piezas, dónde está mi corazón, y dónde se encuentra mi punto débil, y eso es lo que nos hace tan fuertes.
Eres mis alas para volar. Hasta que te conocí sólo había creído planear, pero era mentira. Yo era mentira.
Y tú eres mi verdad. Mi amuleto, mi historia real, mis noches leyendo tu cuerpo, mi yo, mi vida, y mi siempre penúltima frase...


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