martes, 16 de octubre de 2012

Desde el interior, al exterior.

Suspiras. Te ha comido la lengua tu boca. Vuelves a suspirar. Yo estoy sentada en otro sillón, en la misma habitación, y me cuelgan los pies, soy tan pequeña...
¿Qué piensas? Dicen que los ojos son el reflejo del alma. Miro los tuyos. ¿Estás bien?
Hay tanto silencio que oigo cómo se mueve la flecha de mi reloj. Fue un regalo, ¿sabes? Un día lo vi, y me gustó muchísimo, pero no tenía dinero. Al día siguiente él me lo había comprado.
Soy tonta, no sé por qué te cuento esto, bueno, en realidad no sé por qué me lo cuento a mí, porque aquí solo hay silencio, salvo en mi cabeza.
No, no suspires de nuevo, no sé qué hacer... ¿Me ves? ¿Eres consciente de que estoy aquí? Estoy aquí. Y además no me voy a ir.
La mochila de la vida tiene reservada cargas tan imprevistas... ¿Imaginabas que...? Seguro que no. Yo, al menos, no. Soy de mentalidad tan idealista que todo me parecen estrellas, aunque se hayan olvidado de cómo brillar. Y tú... bueno, tú te olvidaste de brillar tanto tiempo que ahora no recuerdas ni qué estrella eras, o peor, ni siquiera que eras estrella... ¿Dónde dejaste tu cielo? ¿Sabrías volver? A lo mejor necesitas uno nuevo, uno a tu medida, para ti, para encontrarte, para ser.
Me siguen colgando los pies. Los muevo hacia delante y hacia atrás. Qué pequeña. Y sin embargo noto dentro de mí un corazón que inunda la habitación, la casa, la ciudad, el mundo. Un corazón siempre en mano. Soy así. A lo mejor eso tampoco lo sabes. O quizá sí. Vuelvo a mirarte los ojos. Sí, sí lo sabes.
Te sonrío un poco, temes ese gesto, tu inseguridad se ha transformado en miedo con el tiempo, tienes miedo de todo. Pero aprieto tu mano, bajo los pies, y así, me voy de la habitación.
Qué pequeña, yo, tan pequeña, pero sé, lo sé, que conseguiré hacerte sentir grande, y que volveré a verte brillar, solo que esta vez brillarás de verdad.





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