miércoles, 21 de marzo de 2012

Parte I de partes.

Pues sí. No me importa, ¿qué esperabas? Después de todo, siempre dijiste que no habría un después, y al final fue tu todo. Ironías del destino, o del no. ¡El no! Qué sencillo parece cuando es uno mismo quien lo entona, ¿verdad? Pero ya no suena bien cuando lo escuchas de unos labios que sólo debían, para ti, para tu ego, entonar síes de vinagre hasta vomitar de empacho. Y ahora te mareas tú, y vomitas excusas, y perdones que huelen a martes marchitos y treces tatuados a golpes en las piernas, e incluso en la cara.
Qué necio. No, qué débil.
¿Fue el segundo día que lo hiciste cuando descubriste que te sentías superior? ¿O quizá el primero? Seguro que fue el primero. Tú, tan alto, tan guapo, el primero en la escuela, en el fútbol, en la universidad. Sí, fue el primero, estoy segura. Y yo tu segunda, tu renuncia, tus puños, mientras los golpes formaban moratones que escribían palabras con tinta imborrable en todo lo que no era cuerpo.

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