martes, 20 de marzo de 2012

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Ni con los temblores, ni con el dolor, ni con ese jodido alzheimer que se lo lleva todo, como un ladrón, como un maldito ladrón, que ni siquiera valora las riquezas que sustrae.
Ni con el pelo blanco, no, prefiero el olor a laca, el tinte rubio y el pintalabios para ir a misa que te ponías.
Ni con la cara ausente, ausente de ti, de quien eras. Te olvidaste de ti. Y de mí no me importa, eso podría asimilarlo, pero de ti nadie se olvida. Yo nunca. Y tú ahora tampoco, seguro que vuelves a ser tú, ¿verdad?
Ni con esa voz que no era tuya, no, pero sí los pasos que dabas por el pasillo hasta que llegabas a la habitación para reñirnos de esa manera tan tuya, tan tuya, porque sabías que al darte la vuelta estaríamos tirándonos los cojines otra vez.
Tu memoria. Esa tan grande que encerraba los tipos de chocolate, leche y postres que gustaban a cada uno, y no éramos pocos. Ésa sí. Ésa sí la recuerdo.
Ni con la debilidad, pero sí con el corazón fuerte, tan fuerte que te hizo aguantar todo, hasta el final, hasta que ya no pudiste más. Qué grande, de los más grandes.
No recuerdo eso de ti, porque eso no era tuyo, no eras tú. Y ahora que te has ido, de alguna manera has vuelto, aunque de mí nunca te fuiste, pero ahora me estarás viendo, y tengo claro que estás tranquila, ya no tiemblas, y me llamas Rosa.
Y tú, como sólo tú podías, eres Upe, esa gran mujer que siempre me enseñó a valorar la fuerza de uno mismo ante la vida.
Siempre voy a recordarte a mi manera, porque es la única, y lo sabes. Lo sabes, y eso es difícil de digerir.

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