viernes, 27 de julio de 2012

Lluvia seca.

Afuera está lloviendo. Oye las gotas caer y desparramarse sobre la acera antes caliente. El olor es inconfundible. Huele a verano mezclado con frescura.
Ella está en su habitación. La ventana está abierta. Así algunas de esas gotas pueden llegar hasta su mesa. Así puede oír bien el sonido que forman al caer todas unidas. Nunca se había parado a pensar antes que las gotas de lluvia son un ejemplo, jamás viajan solas, se acompañan hasta el último momento.

Está mirando la calle. De repente ve a alguien en la acera. Es él, empapado, con el pelo marrón oscuro resbalándose por la frente, encharcando sus labios. La está mirando, y le dice que baje haciéndole una señal con el dedo. Ella le hace un gesto como diciéndole que está loco, que se van a calar. Él la mira serio, calmado, sin decir nada, y ella baja rápidamente.
Cuando sale a la calle la humedad impacta sobre sus poros, nota como se abre su piel, como su pelo también comienza a caer sobre sus mejillas en finos mechones de agua. Él sigue allí, en el mismo sitio, mirándola. No habría agua en el mundo capaz de apagar un corazón tan en llamas. Se va acercando a él, despacio, disfrutando de la sensación de dejar todo en manos de esa lluvia de verano, fresca, nueva, única. Cuando llega a su lado, se miran. Son todo gotas. Ella murmura algo sobre qué hace aquí en voz baja, pero no hace falta decir nada. Él agarra con sus dedos su pelo, al principio suave, después más brusco, y la acerca a su cuerpo para poder besarla, para sentirla. Están empapados, pero rebosan calor. En los besos se mezclan truenos, tormentas, días soleados, y frío, pero todo junto forma un conjunto sin igual. Se queman sus alientos, se evapora el mundo, se inundan las preocupaciones. No hay nada más. Sólo ellos, rodeados de gotas, ellos son gotas, y están dispuestos a imitarlas, quieren estar unidos hasta el último momento, sin separarse jamás.

Afuera sigue lloviendo. Y ella sigue en su habitación, no se ha movido de allí. Sigue mirando por la ventana, soñando, dejándose ir en cada gota, imaginando una buena escena que acompañe a esa lluvia, la mejor escena, en realidad. Y sin embargo, en su habitación, sólo hay desierto.


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