sábado, 4 de julio de 2015

Vivencias.

Hace tiempo escribía cada suceso de mi vida. Todas mis vivencias, mis experiencias personales, quedaban expuestas en mis letras. Sin embargo, llegó un momento en el que comencé a considerar elegir sobre qué escribir -sobre qué exponer, en realidad-. Me di cuenta de que toda yo se plasmaba con demasiada frecuencia en mis escritos, que cualquiera podía verme si me leía; y como la escritura es un reflejo de la vida, me cerré igual que lo hice en ésta. 
Desengaños, decepciones, pérdidas... El sufrimiento, al fin y al cabo, me hizo recluirme en mí misma. Y a partir de ahí comencé a escribir menos, y a escribirme más. Comencé a esconderme, a guardar mi corazón creyendo protegerlo, a no mostrarme, ni a mí ni a mi dolor, ni a mí ni a mi experiencia. 
Y así he llegado hasta aquí. Mi muro tiene demasiados kilómetros a lo largo y a lo ancho, y a veces ni siquiera yo puedo ya ver dónde me encuentro. ¿Sabéis esta sensación de estar perdida y de saber que, inevitablemente, la salida aún está muy lejos? O quizá esté en frente de mí, pero no puedo verla.
Es extraño que ahora vuelva a escribir sin refugiarme en metáforas ni oscurantismos. Es extraño notar que a medida que escribo, estoy de nuevo leyéndome, atreviéndome a observar quién soy, dónde estoy. No es difícil comprender que me es difícil. En el castillo que me he construido no cabe casi nadie, y sin embargo, aquí estoy, dejando que entren a mirar mi hogar. Y algo en el alma tiembla. Qué curioso el miedo, recordándonos siempre el pasado, haciéndonos creer que el futuro sólo será de nuevo un dolor ya vivido. 
Claro que tengo miedo... Miedo a las personas. La soledad es segura. Mi castillo es seguro -porque apenas hay nadie-. 
Algunos dicen de mí que soy una guerrera. Jamás ceso de luchar. Pero por un breve instante me he dado cuenta de que a lo mejor no tener que luchar también estaría bien. Poder salir a campo abierto, abandonar los muros y sencillamente vivir. 
Por suerte, a pesar de cada desengaño, a pesar de todas esas personas que me abandonaron en el camino, sigo teniendo en quien confiar. Pocos, muy pocos, pero lo suficientemente grandes como para seguir mirándome a los ojos y ser capaces de ver a Rosa. Son mi aire fresco, quienes me recuerdan que no debo esconderme, y que el mundo, probablemente, no merecería la pena sin espinas. Los pobres a veces se cortan por mi culpa. Pero con su sangre, unida a la mía, es con la que estoy escribiendo estas palabras; estoy abriendo una ventana.




1 comentario:

  1. Quizá tú no seas tú. Quizá no seas más que una misma consciencia que se manifiesta en diferentes organismos. Quizá estés comunicando a otros que en realidad no son otros, eres tú misma en otros. Quizá...

    ResponderEliminar