jueves, 22 de enero de 2015

El mar con azúcar, el café con sal.

Me gustan las personas que leen en los buses y en los trenes. Como si quisieran detener el tiempo, hacer desaparecer las distancias. 
Me gustan las personas que vuelan sin necesidad de haber subido jamás a un avión. Las que viajan mientras toman café en su lugar habitual.

Me gustan los que ríen tan fuerte que son capaces de acallar a la muerte, desterrándola de la vida. 

Aquéllos que, cuando miran, llevan consigo un pedazo de cielo, varias nubes, tremendas tormentas. Y aún así, son luz, pura luz, cuando observan el mundo. Sin ese tipo de almas, me temo, el sol haría ya tiempo que se habría cansado de iluminar la tierra.

Me gustan los que acumulan arrugas sin abandonar Nunca Jamás. Esos que bailan cuando están sentados, no duermen la noche del cinco de enero, y lloran cuando pierden. -¿Sabéis que hay personas que ya no lloran? Creen haber sufrido tanto que nada ya puede hacerles sentir. Os confieso que esas personas me asustan.-


Me gustan las personas que caminan como si buscasen algo, aunque estén perdidas. Creo que las huellas que dejamos en la vida cuando nos vamos son un resumen de quiénes hemos sido. Hay huellas grandes, y otras más pequeñas, pero sólo recordamos las que fueron lo suficientemente fuertes como para dejar marca. 

Así que valoro a aquéllos que, aunque a veces cansados, a veces rotos, siguen caminando como si fuesen a algún lugar que todavía desconocen. Sólo esos, pienso, se atreven a vivir. Además, si miras su rostro, no les verás cabizbajos, mirada al suelo, sino admirando el paisaje, calándose bajo la lluvia, helándose de frío, desnudándose al sol, amando y odiando -como sólo puede hacerse realmente- la vida.

Acuden a mí ahora los versos de Antonio Machado...

"Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Y es que me gustan los poetas, pero aún más, mucho más, los que convierten en poesía esta -breve, intensa, fugaz y maravillosa- vida.










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