jueves, 15 de enero de 2015

Coser y... escribir.

El otro día leí, no recuerdo si en un blog o en un libro (leer tanto causa pérdidas, que no os engañen) la palabra "enhebrar". Y pensé en ese término en una acción completamente diferente a la que suele entenderse: coger el hilo, introducirlo por el agujero et voilà. Y entonces apareció en mi cabeza una niña que cosía, dedicando toda su vida a ello por culpa de una madrastra malvada que en el fondo le tenía envidia por su belleza (tal hermosura, como ya se imaginarán a estas alturas, quedaba plasmada en los tejidos que noche tras noche creaba) Y es que era preferible someter a una niña a tal oficio que otorgar libertad a la belleza. Además, cuando una bruja aparece en un cuento… lo demás es, como dice mi madre, coser y cantar. 
También pensé en aquél conferenciante que un día llegó a la facultad olvidándosele en casa la oratoria, que ya no digo la retórica, la poética o la práctica (porque además tiene rima, y eso queda muy mal en prosa, las reglas son las reglas) Y recordé cómo hablaba sin parar, clavando sus ojos pequeños y desgastados en una cantidad demasiado larga de folios (incluso infinita, oí decir detrás de mí) El catedrático de, ni más ni menos, Filosofía, enhebraba palabras como quien acude a un concierto de Black Eyed Peas en busca de paz. Pero, eso sí, los aplausos finales no faltaron, que para eso era el buen señor catedrático, y profesor, y había estudiado un montón de autores.
Después me acordé de mi madre cuando me enseñó a enhebrar el hilo en un intento frustrado de que aprendiese a coser, y me vino a la mente también mi profesora Yolanda de Literatura e Historia, que siempre creyó en que a pesar de que yo no sabía coser, podía escribir y crear telas de esas que no se olvidan.
En fin, que ahí me encontraba yo, leyendo lo que fuese, estancada en aquella palabra tan evocadora. Y es que leer, y escribir, causa pérdidas, pero parece ser que también el doble de ganancias.


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