lunes, 30 de diciembre de 2013

Recuerdos.

Cuando no hay palabras que ayuden a colmar pozos vacíos. Cuando la tristeza por la pérdida da evasivas a cualquier expresión. Cuando el silencio es el único que consigue decir algo. Cuando el adiós es tan profundo que ninguna luz podrá jamás volver a iluminar esa parcela de vida ya deshabitada…
No más infancia, ni esa sensación de que todo es demasiado grande… Las preocupaciones son cosas de adultos, y -qué cosas- yo ya soy adulta. La muerte es un camino pedregoso, dicen. Pero es que hoy yo sólo siento que es camino al olvido, al adiós, a una distancia insalvable. El tiempo y la muerte llevan siempre el jaque mate.
Y yo, así, tan pequeña, tan grande, esta noche no veo el tablero, sólo las sillas vacías, sólo las piezas caídas…
Y el olor de ese armario viejo en la habitación de la entrada, el pasillo hacia el centro de la noche, las fotos de las mesillas, la colcha rosa, los juegos dentro de casa, el columpio que no se mecía solo de ese parque que parecía un bosque… Todo recuerdos. Todos somos recuerdos, al fin y al cabo. Y palabras, supongo. Por eso hoy salen todas embrolladas, atropellándose unas a otras. Las palabras también lloran. Esta noche yo soy palabra, pero al mismo tiempo silencio…

Y le pregunto a la noche, y al día, dónde están aquéllos que ya no caminan. Y qué hago yo con todas estas ganas de más huellas al lado de las mías. 



Por aquélla Salamanca que era también hogar.
Y sobre todo, por la familia...


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