martes, 6 de diciembre de 2011

Temblando.

Camina por las calles repletas de luces. Lo observa todo, y las fantasías infantiles explotan a su alrededor en forma de petardo, dejando un olor propio, ajeno y a la vez demasiado familiar.
No tiene prisa, ni tampoco anda despacio, sólo está allí, segura de que nadie la ve entre tanta gente, y eso es lo que busca. Persigue razones para odiar algo, o para seguir en silencio, perdida, con una luz en los ojos que nadie podría describir como preciosa, aunque lo sea. Y no las encuentra, no le hacen falta. Esta tarde no.
Se ajusta la bufanda y se embute aún más en el gorro. Que no la vean, en eso consiste todo, que no, que no la vean. Un niño pasa corriendo por su lado y la empuja sin querer. Ella también suele correr, pero jamás ha empujado a nadie a propósito, así que le entiende, y le sonríe. Es la única vez en todo el día que lo hace, así que se nota rara, su cuerpo parece estar allí, pero ella no, no se acompaña.
Hace frío, y sin embargo todo a su alrededor parece cálido, como el típico paisaje de chimenea y manta al lado de la persona que amas. Será ella quien está nevando, será ella quien impulsa a los copos a que caigan lentamente por su piel y la vuelvan gélida, temblorosa, débil.
Las luces siguen parpadeando en una marcha armónica de sentimientos felices, y ella se queda quieta, allí, en medio de ningun lugar y de todos a la vez, en medio de ella misma, en medio del abismo, en medio del final que no existe y de los cuentos que invitan a soñar. Está allí, buscando calor, mientras el resto de personas pasan a su lado y no la ven, no, no la ven.

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