viernes, 25 de julio de 2014

Mi tienda de libros.

Cómo me gustaría por un día ser la dueña de una librería pequeña, aunque suficiente, en las calles de esta ciudad. Y abrir cada mañana con el deseo de darle a cada persona el libro que merece -hay libros, por otra parte, que no se merecen a algunas personas.- 

Imagino el tintineo al abrirse la puerta; las miradas rápidas y fugitivas de quien desea encontrar algo pero no sabe qué; la desesperanza que acompaña a ciertas almas que acuden a una librería como quien lo hacía, tiempo atrás ya, con el mismo deseo a una Iglesia.
 Y me veo a mí, con el nerviosismo de una niña, preguntando qué buscan, jugando a saber si éste será de Córtazar o de Galeano. Si preferirá enfrentarse a la vida cruda y lacerante de Dostoievski, o sólo querrá volar entre las páginas de aquél viajero que inventó Un Principito que sabía -sentía- demasiado. 

Cómo me gustaría por un momento, poseer la capacidad de adornar la vida de otras personas con historias que jamás olvidarán -como yo tampoco las he olvidado.-

Aunque luego lo pienso, y como suele ocurrirme, soy tan utópica que olvido que la mayoría ya no acude a Iglesias, pero tampoco a librerías. La mayoría ni siquiera sabe que todo Crimen lleva un Castigo, ni que hay un mundo habitado por un geógrafo que jamás ha visto una montaña. No sé si es porque la realidad veloz ha decidido que ellos tampoco esperen nada.  
Cuántos viven pensando que la literatura es mentira. Que el arte es sólo un artefacto. Y yo, si tuviera mi tienda de libros, les diría que la ficción nunca fue mentira, ni siquiera verdad, tan sólo otra vida, otro mundo…
Ahora que lo pienso, en mi librería habría un cartel siguiendo la normativa de García Lorca para su poesía:  “La lectura no quiere adeptos, quiere amantes.”
Y así, al menos, entrarían en ella los desamparados, los que pasan frío y buscan resguardo, los que no saben qué buscan, los que quieren tan sólo refugiarse de la lluvia, o de la vida, qué importa, pero todos ellos, sí, serían amantes. Porque lo verdaderamente importante se ama, no sólo se sigue. Y mi librería sería un lugar donde amar los libros, donde encontrar la(s) vida(s) –qué deprisa me late el corazón de sólo pensarlo.-


Cuán pretencioso mi deseo de crear una tienda de libros así. Pero ya lo sé, y eso lo tengo seguro desde el principio: su nombre es Ficción –por algo lo es, ¿no?-



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