martes, 25 de marzo de 2014

La carta de una escritora que escribe.

Perdóname, ya sé que no son horas, y mucho menos época, para escribir una carta. Ahora todos están locos con los hashtag (he tenido que buscar cómo se escribía), los tweets de 140 palabras, y las ganas de decir de todo sin decirse nada.
Lo acepto: es la era de las tecnologías y las redes sociales; pero yo, a contracorriente por definición, prefiero la tinta, el olor del papel, y sobre todo, por encima de cualquier cosa, amo la libertad de la escritura -Libertad...¡140 palabras! Sólo esta sociedad podrida de velocidad impondría límites a algo tan vivo como es la escritura. Supongo que así, cuando menos te lo esperas, lo que habrá pasado es la vida, demasiado rápida, fragmentada en pagos, como para poder vivirla, como para poder transformarla.-

Lo que decía, ya sabes que tiendo a irme por las ramas y más si el asunto trata de ser un poco más persona, y menos máquina, llámame antigua, carca, pero soy así, una mujer del siglo XXI con pretensiones de personaje de novela del siglo XIX. ¡Aquí estoy! Con un nombre enigmático y un punto (R.), a lo Stendhal, apasionándome tanto por la vida como para que me llamen loca -o al menos, diferente, lo cual, muchas veces, sociedad embustera, viene a ser lo mismo-.
Y a mí que me da igual, oye. Yo sigo vivita y coleando en mis novelas, y en esta realidad que además me empeño en transformar en literatura -oh sí, tengo que decirlo, la vida es arte, y el arte es vida... ¡y si no lo digo, reviento!-.

Pues eso, que decía... ¡Vaya por Dios! ¡Creo que todavía ni he empezado! Quería yo referirme al hecho de que esté escribiéndote una carta en vez de un whatsapp -"qué pasa" traducido al español, y una vez más nos encontramos ante el hecho demostrado (¡ahá!) de que lo que pasa es la vida mientras mantienes la vista fija en el smartphone ("teléfono inteligente" y me pregunto yo a qué inteligencia se refieren... pero mejor me callo, sí)-
Vamos que la carta, ¡la caaaarta!, eso, que yo prefiero la carta. Y porque no hay palomas mensajeras al alcance, que si no ibas a ver a qué altura quedaban Romeo y Julieta -Ay Shakespeare... ¿tenías que matarles a los dos? Atención, ¡spoiler! Aunque eso debería haberlo dicho antes, me parece. ¡Pero me da igual! ¡El que no la haya leído, que la lea, ea!-

Vamos que lo que quería yo decirte en esta carta es que sí, que la vida puede ser una novela -tu propia novela-. Y que a mí me encanta inventarme cada día, versar las mañanas, y convertir en prosa las experiencias. Pero al final -y yendo ya al meollo- nunca me gustaron los libros donde los protagonistas no se enamoran, o donde la señora R. llora desconsolada por la ausencia de un nombre propio. Y eso eres tú, el que hace de mi nombre con punto un nombre entero, en mayúsculas, y el que consigue que mi libro jamás se quede en blanco. Yo pongo la tinta, y tú das el soplo, rellenas la vida, ¿y sin vida qué le queda a una escritora? ¿De qué iban a vivir sus personajes? ¿Y ella... cómo iba ella, sin vida, a crear arte?
Qué filosófica me he puesto... ¡Y eso que no pretendía! Pero siempre esa cuestión del arte rondándome... ¡Y la vida! Si es que al final me sale solo, ¿ves cómo empuja la vida a las palabras? ¿Entiendes ahora cuando digo que tú también empujas las mías?

Lo que sí sé es que mi libro estará lleno de metáforas, y que el día que lo termine, o el libro decida terminar -¿no lo sabías? Muchos libros decidieron por sí solos ponerse fin- sólo tú entenderás a qué se refiere cada una de ellas -sobre todo, y más que nada, porque ese día entenderás que yo misma nunca fui más que mis escritos, nunca fui más (ni menos) que una metáfora, un sinfín de poemas, y, por supuesto, una flor que quiso volar-.







1 comentario:

  1. Hermosa carta abierta, a todos y a nadie.
    A mí me da igual que los protagonistas se enamoren, me gustan los libros que te epatan y te hacen preguntarte: "¿Cómo demonios pudo ocurrírsele algo así?".

    Saludos.

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