Personas que presumen de grandes corazones, adolecen de pequeñas almas. Comprobado. Y es que cuánto mejor callar y demostrar, que hablar y seguir hablando.
No entiendo esta afición del hombre por presumir, por hablar en abundancia de lo que en realidad carece. Palabras, palabras. Cuántas cosas podemos hacer con ellas, cuántas... Yo siempre he dicho que deben ir acompañadas de hechos. Incluso en el arte. Un libro: infinitud de palabras que se traducen en hechos en nuestras soñadoras mentes. Pero esta es otra dimensión. La realidad nos lleva al campo de la comprobación. Si afirmas ser alto, y mides un metro cuarenta con cincuenta años, las palabras se convierten en mentira, se vacían, mueren. Sin embargo, quien vive viviendo, podrá morir cerrando su propio libro.
Vivir viviendo... ¡claro! No es ninguna redundancia, se trata de algo trascendental. ¿Cuántos viven... sin vivir? ¿Cuántos acompañan sus días de melodías huecas, de mentiras que sólo son analgésicos para la verdad? Y es que, puede ser, se habla tanto porque callar a veces duele. Reflexionar, quizá cambiar, ¡les resulta tan pesado! ¡Supone tan enorme carga para el corazón! Así que siguen envenenándole con placebos, mientras él entre sístole y diástole, suspira y reza.
Es fruto de un estudio, que cuanto más se miente, más se aceptan las mentiras como verdades. Tal es así que aquél que decíamos que se creía alto, llegó a presentarse a un concurso de modelos. El resultado fue lo que todos sabemos...
La tinta de sus bolígrafos es invisible, por eso ni ellos mismos lo ven. Nada puede escribirse, nada puede rozar el alma, si ni siquiera invertimos tiempo en conocerla. Es de valientes mirar dentro de uno mismo, a sabiendas de que es muy probable que haya cosas que no van a gustarnos. Por eso es importante hacerlo, se crea una oportunidad de cambio, y a la vez se genera una sensación de paz por vernos tal cual somos, por llegar a aceptarnos así. Sólo hay que abrir los ojos.
Y es que cuando uno miente, a quien más engaña es a sí mismo.
martes, 22 de enero de 2013
viernes, 11 de enero de 2013
Quiero ser.
Quiero ser la ola de un mar infinito,
No siempre en calma
Pero nunca náufraga.
Quiero de un puerto ser la sirena
Que se muerde la cola
Para ser palabra.
Quiero ser el refrán sabido
Que se abandona al olvido
Llevándose su carga.
Quiero de esta vida loca
Ser el viento que sopla,
Y el rayo de sol que jamás se ahoga.
Quiero ser el juego del ahorcado
Que posee el rostro y guiño
De quien hace trampa.
Quiero ser la hoja en blanco
Que huele al fruto
Del árbol de tus entrañas.
Quiero ser el libro abierto
Que reposa en tus manos
Y que nunca se acaba.
Fotografía por Marta García López ©
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