jueves, 17 de noviembre de 2011

Flores en las ventanas.

Lleva siempre algo de color rosa. El abrigo, un calcetín, algunas rayas de un jersey, un botón o su sonrisa.
Le gusta peinarse a lo loco, o no peinarse, y elige una de las dos opciones teniendo en cuenta con quién vaya, y si deseará verla guapa o despeinarla aún más.
Odia los semáforos, porque ese cambio de tonalidades es confuso y jamás podría ser aleatorio. ¿Quién encerraría un color?
Por las noches permanece despierta para poder contar sus sueños. Y de día... de día sube la persiana, le guiña un ojo a la nueva oportunidad, y se prepara leche en una taza, ni muy caliente, ni muy fría, tampoco le gustan los extremos. Cuando termina, regresa a la habitación y se evapora en el olor de su piel preferida, la de él, en los restos del día anterior, en camisetas, pantalones o en su misma piel. Y cuando él está allí procura arreglarse un poco más ese día.
Libros, libros por todos lados. Poesía, prosa, una novela, cuatro, veinte mil. Y veinte mil más en su cabeza, y en sus bolígrafos, los que pierde continuamente. Como la cabeza. Se ríe muy alto para llegar a tocar las nubes con su voz, y cuando llora las lágrimas la convierten en lluvia, en una lluvia fría... pero con tintes de color rosa.

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