martes, 19 de abril de 2011

Odios sin diástoles.

Desde aquí te escribo, reina de labios rojos. Tenía tanto que decirte que no dije nada. Y este es el método de remendarme, ese que tan bien conoces.
Estás lejos ahora, tanto que los paisajes cercanos que sitiamos han quedado perdidos en una lejanía que es incluso más palpable que tú. ¿Dónde estás? Quizá esa debería haber sido la pregunta que tendría que haberte hecho el último día, antes de verte partir sin retorno. Pero no lo hice, no hablé.
No obstante me creo yo, soberbio y domador del silencio, con derecho a preguntarte dónde estás sabiendo de antemano que el viento nunca respondió preguntas, y que la vida jamás proporcionó las preguntas adecuadas. ¿Será ésta una más de esa lista? Puede que no importe dónde estás... Pero es la única salida que ve mi mente frágil para abandonar el cuchillo de saber demasiado bien donde no estás.
Te has llevado mi llave de vivir y no la encuentro. Tampoco puedes responderme dónde la has escondido porque hace mucho tiempo te dije, sin ningún atisbo de imaginación, que esa llave sólo abría desde que encontré su puerta, que llevaba tu nombre. Así que olvida lo que he dicho, no necesito saber si la has escondido, porque sé que te la has llevado contigo. Y no te confundas, no la quiero de vuelta, ni siquiera a ti, porque jamás debiste irte.

Estoy enfadado y arrepentido. ¿Pueden conjugarse ambos sentimientos? Sí, yo los conozco. No puedo perdonar tu marcha y sin embargo me considero culpable de seguir respirando sin tu aliento. Cada día el despertador entona un sonido estridente que me recuerda que tu mano no va a estar para acallarlo. El agua de la ducha siempre está fría, y como sólo he de hacer una tostada, no hago ninguna.
Algunos afirman que estoy más delgado, yo prefiero no usar los espejos, me parecen menos útiles que nunca al no conseguir de ellos ni tan siquiera el reflejo de la luz.
No sé si consideras correcto o no que prefiera vivir contigo sin ti, yo no, pero no puedo no hacerlo. Te has dejado aquí tu presencia, a pesar de haberte llevado todo. Prefiero pensar que se te olvidó a que lo hiciste adrede. O no... siendo sincero prefiero pensar que lo hiciste adrede, que aún me queda algo propiamente tuyo y no robado.
No, no, no pienses que estoy estancado, es tan sólo que no tengo pies para pensar ni cabeza para caminar. Puede que empiece a confundir las cosas y que las cambie de sitio, pero aún me sé de memoria los lunares de tu cuello, la medida de tu zapato, el número 175 rouge de labios que utilizas, el sonido de tu risa cuando es sincera, las veces que compruebas en tu bolso si lo llevas todo antes de salir, las cicatrices de tu piel y las tonalidades de tus ojos acorde a tu estado de ánimo. ¿Me dejas adivinar algo? Ahora brillarían demasiado como para tratarse de un catarro, que es lo que afirmabas cuando querías que alguien no descubriese que habías estado llorando.

Te echo de menos. Y echo de más tener que hacerlo.
En serio... ¿dónde estás? ¿Has decidido volar hacia los sueños que tenías en parajes inhóspitos? ¿Has escogido aquellas rutas tan bien trazadas en tus mapas mentales? Quizá hayas ido a visitar las estrellas, quizá por eso te diste cuenta de que tú eres una de ellas y decidiste brillar.

Te odio tanto… que ni siquiera puedo odiarte.  Pero eso ya lo sabes, y ya lo sabías cuando te fuiste.  Aunque entiende y perdona que ahora sólo odie tu ausencia y la corona vacía que has dejado en mi día a día.

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