domingo, 30 de enero de 2011

C'est moi.

Y así, sin más (ni mucho menos, menos) abro otra parte de mí, ¿muy pequeña? No, sólo algo pequeña para todos e inmensamente grande para algunos. Atrás dejo una etapa de mi vida llena de azules y negros, de noches en vela, de sueños tranquilos, de inocencia subestimada, pero sobretodo de rosa que, tras su llegada, se convirtió y se ha convertido en Rosa. Guardo el recuerdo de la primera luna que nos saludó a través de la noche, de los nervios de mi piel convirtiéndose en gallina por su boca. De los abrazos, de los besos sin besos, de los miedos por el miedo, de los huracanes de pasión que se hacían agua, que se hacían miel y se derretían lentamente, dentro de los dos, para que supiéramos dulce. De la primera vez que toqué el algodón de las nubes con sus pasaportes (finos, suaves, míos) que saben llevarme al lugar donde soy yo misma. De las incógnitas, de la lejanía, del no sentir cerca, del temor a tener por poder perder, del terror de dejarme ver, de dejarme ser... Y, por fin, aquí, conmigo, otra vez, como nunca, como siempre, los dos, uno. Y de eso guardo recuerdos, claro, pero mi alma está tan viva y tan presente que me aconseja que no los diga, simplemente que siga escribiendo, porque él le ha dicho que jamás la dejará sola, y entonces ella, sonriendo por mirar atrás, me pega un chasquido y me hace sonreír aún más por todo lo que hay por delante. Y ahora no hay miedo, no. Albergo la certeza de que muchas más lunas, y muchas más mieles, harán de cama en nuestros sueños compartidos.

Y lo demás... Lo demás está en su sitio. El Rosa y el rojo (muy Rojo) sientan bien, lo sé con seguridad. Al igual que León está muy cerca, pegando con San Pablo, para hacerme reír. Y las noches... las noches son muy largas y temáticas para compartir con risas varias.
La nostalgia a veces viene, en forma de nombre propio, pero yo le digo que es mejor que nos dediquemos a jugar a las cartas, y así ambas nos damos cuenta del devenir de aquella supuesta virgen más puta que ninguna, y la echamos a suertes porque sabemos que ya ha perdido.

En fin, como decía, sin más (ni mucho menos, menos) así empieza esto... Así continuo, mejor dicho, volando, como el diente de león que me trajo su aliento (el de él) a mi vida para hacerme respirar.

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