Supongo que las heridas me han hecho ser quien soy,
que las cicatrices han esculpido mi cuerpo
y mi alma,
en lo más profundo,
como una roca a la que el mar erosiona.
Supongo que los golpes me han hecho más dura,
más fuerte,
y -quizá sí, por qué no decirlo, qué triste-
más fría;
como una roca a la que el mar erosiona.
Supongo que las tormentas me han hecho más previsora,
si es que hay algo en esta vida que se pueda prever,
ni siquiera -sobre todo- la lluvia que empapa,
los vendavales que me han hecho despedir tejados;
como una roca a la que el mar erosiona.
Supongo que el miedo me ha hecho más miedosa,
perdonen la redundancia,
pero es cierto que el miedo sólo genera miedo,
y yo más miedo, y así, ¿quién se salva?;
como una roca a la que el mar erosiona.
Supongo que los trozos en los que me he roto hacen de mí,
ahora, una imagen más fea, un poco más triste,
cosida a base de remiendos,
a base de plumas de mis alas;
como una roca a la que el mar erosiona.
Supongo que, al final, la vida es eso: romperse y reconstruirse, porque a pesar de todo, aunque el espejo me devuelva una rosa con más espinas, yo sigo viendo sólo una flor. Y quizá el mundo sólo deja crecer las flores porque sabe que tarde o temprano se marchitan, y eso es lo que las hace tan bellas.
Como esa roca a la que el mar erosiona, y sólo así, a medida que ésta va desapareciendo, va formando parte de él,
para siempre,
sumergida, renacida,
una nueva roca que ahora es también sal,
en él.
-Qué orgullosas las rosas creyendo que sus espinas son espadas,
cuando su verdadera belleza reside en que no tienen armas.-
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