Cómo me gustaría por un día ser la dueña de una librería pequeña,
aunque suficiente, en las calles de esta ciudad. Y abrir cada mañana con el
deseo de darle a cada persona el libro que merece -hay libros, por otra
parte, que no se merecen a algunas personas.-
Imagino el tintineo al abrirse la puerta;
las miradas rápidas y fugitivas de quien desea encontrar algo pero no sabe qué;
la desesperanza que acompaña a ciertas almas que acuden a una librería como
quien lo hacía, tiempo atrás ya, con el mismo deseo a una Iglesia.
Y me veo a mí, con el nerviosismo de
una niña, preguntando qué buscan, jugando a saber si éste será de Córtazar o de
Galeano. Si preferirá enfrentarse a la vida cruda y lacerante de Dostoievski, o
sólo querrá volar entre las páginas de aquél viajero que inventó Un Principito que sabía -sentía-
demasiado.
Cómo me gustaría por un momento, poseer la
capacidad de adornar la vida de otras personas con historias que jamás
olvidarán -como yo tampoco las he olvidado.-
Aunque luego lo pienso, y como suele ocurrirme,
soy tan utópica que olvido que la mayoría ya no acude a Iglesias, pero tampoco
a librerías. La mayoría ni siquiera sabe que todo Crimen lleva un Castigo, ni que hay un mundo
habitado por un geógrafo que jamás ha visto una montaña. No sé si es porque la
realidad veloz ha decidido que ellos tampoco esperen nada.
Cuántos viven pensando que la literatura es mentira. Que el arte
es sólo un artefacto. Y yo, si tuviera mi tienda de libros, les diría que la
ficción nunca fue mentira, ni siquiera verdad, tan sólo otra vida, otro mundo…
Ahora que lo pienso, en mi librería habría un cartel siguiendo la
normativa de García Lorca para su poesía: “La lectura
no quiere adeptos, quiere amantes.”
Y así, al menos, entrarían en ella los desamparados, los que pasan
frío y buscan resguardo, los que no saben qué buscan, los que quieren tan sólo refugiarse
de la lluvia, o de la vida, qué importa, pero todos ellos, sí, serían amantes. Porque lo verdaderamente
importante se ama, no sólo se sigue. Y
mi librería sería un lugar donde amar los libros, donde encontrar la(s) vida(s)
–qué deprisa me late el corazón de sólo
pensarlo.-
Cuán pretencioso mi deseo de crear una tienda de libros así. Pero
ya lo sé, y eso lo tengo seguro desde el principio: su nombre es Ficción –por algo lo es, ¿no?-
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