Ver las canitas en el morro de mi perra y darme cuenta de
cómo pasa el tiempo, de cuán inasible es lo que más queremos...
Hay mucha gente que aún no entiende lo que es Chula para mí:
mucho más que una mascota, mucho más que un animal, por encima de todo, es mi
compañera más fiel. Ha estado conmigo en cada uno de mis momentos desde hace
cinco años: en los buenos, trasmitiendo su alegría, como siempre, y su
felicidad color miel; y en los malos, apoyando simplemente su cabeza sobre mis
pies y diciéndome sin palabras "estoy aquí, y no me voy a ir". Me ha
enseñado lo que es la lealtad. No hace falta describir con palabras la
sensación de fidelidad que siento cuando la veo venir tras de mí a cada sitio
que voy, o cuando oigo como duerme tranquila bajo mi cama, o aún más, cuando se
enreda en mis pies y la siento en paz y me siento en paz.
Cuántas lágrimas ha visto, cuántos besos la he dado, cuántos
caminos hemos hecho juntas. Y es que su huella y la mía, en el fondo, no son
tan diferentes: Nosotros también somos animales, y ellos también son personas –aunque
de pocas personas puedo decir lo que digo de mi perra-.
Sólo espero poder verla con muchas más canas todavía, en un
contraste sin igual entre su negro y el blanco de la vida al pasar. Me quedan
aún tantas caricias, tantos paseos, y tanta calma al tenerla… Nunca podré
reflejar en letras –como ocurre con todo lo grande de la vida- lo que
significa, siempre quedará demasiado infantil, demasiado poco, demasiado nada,
en comparación. Sólo puedo –como siempre me pasa- intentar dejar en palabras,
aunque sea, una semilla de todo lo que es y de todo lo que aún queda por ser. Aunque
nada sea nunca tan especial como lo es ella.
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