Nunca he sido una de esas personas que viven en la tierra.
Siempre he surcado nubes, volado en corazones, pintado alas, y escrito
personas. Odio la gente que utiliza los aviones porque no sabe volar en un
mismo destino. Nunca he aprendido a andar con pies de plomo, fui de las que más
se cayeron en el colegio, y soy de las que más siguen cayéndose persiguiendo
máscaras. Entrego mi corazón en tarjetas -parking 24 horas dice- pero la
mayoría tiene cosas que hacer, y me lo agradecen mientras se van, o se quedan
para venderme a mí promesas al contado.
Las nubes no son nubes, son mi hogar, y el mundo tiene la forma que yo
le doy.
–Pobre entusiasta-, y yo me río. Me río, mucho, muchísimo.
Es mi nota musical preferida. Y mientras me río, me esparzo, me expando, soy
luz. De pequeña escribía, continué escribiendo con los años, y ahora escribo,
siempre escribo. Me gustaría hablar con esa primera escritora y decirle que la
quiero, y que gracias -nunca está de más dar las gracias, hacen falta muchas
más, y besos, hacen falta besos-.
Nunca he sido una de esas personas que viven en la tierra.
Yo prefiero volar, cada vez que escribo, cada vez que le escribo, cada vez que
me late el corazón. No creo que aprenda nunca la diferencia entre los que
vuelan conmigo, y los que desean que aterrice. Pero no me importa. Yo vuelo. Y
vuelo, a pesar de tenerle miedo a las alturas.
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